Oda a Tate Langdon

Me he hecho fan de American Horror Story. Más de cuatro años después del estreno de su primera temporada, he decidido darle una oportunidad. Llego tarde, sí, pero llego para quedarme. Y uno de los culpables de este enamoramiento seriéfilo es Tate Langdon.

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Le quise desde el principio. Su estética grunge atormentada me evocaba una síntesis entre Kurt Cobain y James Dean. Creía en la locura, pero no estaba loco. No creía en el amor, pero se enamoró.

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Se manchó las manos de sangre incontables veces. Es increíble que el mismo tipo sádico, despiadado e insensible ante el dolor ajeno, pueda poseer al mismo tiempo una sensibilidad tan intensa. Él no comprende al mundo, pero el mundo tampoco lo comprende a él.

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Es irónico y ácido, pero también puede ser romántico. Esconde su debilidad tras una coraza de rebeldía e indiferencia. Es siniestro y aborrece la normalidad. No huye de nada y huye de todo.

Es Tate.

‘La cumbre escarlata’, la delicia de los amantes del horror sobrenatural

Guillermo del Toro (‘El laberinto del fauno’, ‘Pacific Rim’) ha regresado pisando fuerte. Con motivo de la Fiesta del Cine y el consecuente abaratamiento de las entradas, he aprovechado hoy para ver la nueva propuesta del director mexicano, ‘La cumbre escarlata’. Creo que han sido 3 euros muy bien gastados y que es una película que os gustará si sentís especial atracción por las pelis de fantasía con toques macabros. Sí, efectivamente, estoy pensando en Tim Burton.

la cumbre escarlata

La trama es sencilla: una joven escritora víctima de una tragedia familiar se enamora de un misterioso noble -pero arruinado- con el que decide casarse y marcharse a vivir a su tétrica mansión, conocida como La cumbre escarlata por el sangriento color que adquiere la nieve al mezclarse con la arcilla de las minas del lugar. Sin embargo, el galán caballero, que no es otro que el guapo actor Tom Hiddleston, no está solo: su inseparable hermana y unos inquilinos un tanto fantasmagóricos campan a sus anchas por la casa de color bermejo.

la cumbre escarlata

Para mí han sido 2 horas de disfrute y algún susto que otro. Aunque la califiquen como película de terror, yo no la incluiría como tal en el género o, al menos, lo haría con ciertos matices. Es una historia de pasión, amor, venganza y el peso del pasado, aunque también hay fantasmas, sustos y un par de escenas un poco gore. A continuación os ofrezco mi breve resumen:

Lo mejor:
– El guion es bastante original y la historia está bien hilada. Son dos horas de metraje que no se hacen nada largas.
– El reparto
 es bueno, sobre todo por Tom Hiddleston y Jessica Chastain. Charlie Hunnam también me ha sorprendido. ¡Qué bien que al final no hiciera de Christian Grey!
– Lo visual. En serio, disfrutaréis como niños de los alucinantes contrastes entre colores y de sangrientas escenas que resultan hasta bellas. Además, detalles como el vestuario están especialmente cuidados.
La película está plagada de referencias literarias, con claras alusiones a obras como ‘Otra vuelta de tuerca’ de Henry James, ‘El fantasma de Canterville’ de Oscar Wilde o la mismísima novela ‘Drácula’. De hecho, la protagonista, Edith (Mia Wasikowska), es un vivo reflejo de Mary Shelley, autora de ‘Frankenstein’.

Lo peor:
– Hay un par de efectos especiales poco pulidos. En la sala de cine se escapó más de una risita al ver el aspecto artificial de uno de los fantasmas.

– A veces se utilizan transiciones entre escenas de lo más cutres, tipo las que incluye el programa Movie Maker. Es una pena que una película tan cuidada estéticamente parezca en algunas ocasiones una presentación de Power Point.
– El doblaje al castellano, aunque me refiero particularmente al personaje de Edith, al que pone voz Michelle Jenner, cuyo tono es demasiado aniñado (y no puedo evitar acordarme de Hermione, lo admito).

la cumbre escarlata jessica chastain

En definitiva, si no sabéis qué ver durante estos días, tirad por el horror de Guillermo del Toro. No creo que os defraude.

‘Horns’ o cómo hacer las cosas bien

La primera vez que vi a Daniel Radcliffe en pantalla, yo tenía diez u once años y ya había devorado los libros de ‘Harry Potter’ que se habían publicado hasta entonces. La película, por supuesto, me encantó, y a día de hoy me sigo sabiendo de memoria los diálogos. Los años han pasado y vi crecer literalmente a Daniel a lo largo de toda la saga. Cuando se estrenó la última película y el joven mago -ya no tan joven- se despidió de todos los fans, creí que nunca podría ver a Daniel fuera del papel de Harry. Por supuesto que lo hice y en películas muy diferentes como la romántica ‘Amigos de más’, en la que no me decepcionó en absoluto. Eso sí, siempre tenía en mente una vocecilla que me recordaba que estaba viendo “al chico de Harry Potter”. Esa es la sombra que le ha acompañado durante su carrera como actor, ser visto como “el de Harry Potter”.

Hace unos meses, me enteré de que se había rodado una película sobre uno de mis libros de terror favoritos, ‘Horns’ de Joe Hill. Desde ‘El traje del muerto’, el hijo de Stephen King me atrajo mucho, como ya expliqué en los primeros posts de este blog. Admito que sentí cierta decepción al saber que sería Daniel el que interpretaría a Ig Perrish, el protagonista de ‘Horns’. No es que crea que Daniel sea mal actor, al igual que tampoco pienso eso de Tom Felton o Emma Watson, pero para mí estaba demasiado ligado al rostro de Harry Potter y esa imagen no me casaba nada con el diabólico Iggy. Anoche, por fin, pude ver la película y me di cuenta de lo equivocada que estaba. Elegir a Daniel fue un tremendo acierto.

horns

Pero no fue el único acierto de la película. De hecho, y a pesar de que en toda película siempre se cambian algunas cosas respecto a los libros en los que se basan, la versión cinematográfica de ‘Horns’ ha sido un acierto en sí mismo. Como adaptación es buena y todo aquel que haya leído previamente el libro disfrutará recordando algunos detalles y recreando escenas memorables. Los que, por contra, no hayan leído la novela, se rendirán ante un guion impecable y una película que mezcla el terror con el amor y algunos toques de fantasía. Incluso, hay cabida para algunas escenas gore y de humor negro. La ambientación y la genial banda sonora -siempre es un placer escuchar a David Bowie– harán el resto.

El Drácula del siglo XXI

Cuando me enteré de que en 2014 se iba a estrenar una nueva película sobre Drácula, experimenté dos sentimientos contradictorios: euforia y miedo. Euforia porque me encanta el personaje de Drácula y miedo porque esta nueva producción mancillara la icónica novela de Bram Stoker. Reconozco que he acudido al cine con una mezcla de nervios y emoción contenida, con unas mariposas en el estómago que revoloteaban de forma algo caótica. Pero, para gran sorpresa y alegría, ‘Drácula, la leyenda jamás contada’ no me ha decepcionado en absoluto.

dracula la leyenda jamás contada

He de advertir a todo el que espere ver colmillos ensangrentados que de eso verá poco en esta película. Lo hay, sí, pero en cantidades dosificadas. Y es que esta apuesta del director Gary Shore no es una clásica historia de vampiros, sino una biografía algo alterada por la fantasía del personaje que inspiró al conde Drácula de Stoker, Vlad Tepes, príncipe de Rumanía y alias «El Empalador». En concreto, narra cómo este ya de por sí tétrico personaje que dejó extasiado a Stoker se convirtió en el temible vampiro que todos conocemos en la cultura popular.

Los 92 minutos de película se hacen cortos y las escenas de acción están aseguradas en todo momento. Eso no quiere decir que no haya espacio para escenas más pausadas e incluso para historias de amor (la de Drácula con su bella esposa Mirena y la de amor paternal con su querido y único hijo). El largometraje ofrece un detallado perfil sobre Drácula y nos regala escenas muy impactantes sobre su transformación en vampiro y sobre su lucha por su reino y su familia. Además, los paisajes de algunas escenas son impresionantes y tétricamente bellos, ayudando al espectador a introducirse en esta historia de guerras, traiciones, poder y leyendas.

La que ha liado Drácula en un momento...

                 La que ha liado Drácula en un momento…                                               

Lo más interesante de la cinta es, sin duda alguna, el peculiar retrato sobre Drácula al que asistimos. Un más que genial Luke Evans (‘El Hobbit’) sorprende con una nueva versión de Drácula: joven, apuesto, vigoroso y sentimental. Pero no os asustéis, no quiero decir que esta película se haya inspirado en Edward Cullen para esbozar un Drácula moñas, sino que nos muestra el otro lado de este temible personaje, su cara más personal y familiar, muy distinta a su actitud en el campo de batalla bañado con la sangre de sus cientos de víctimas.
dracula and mirena
Os recomiendo que le deis una oportunidad a esta arriesgada producción y os aseguro que tras ver su final, que sorprende, os quedaréis con ganas de conocer más a este Drácula del siglo XXI.

Muñecos rotos

Danny. ¿Cómo olvidarse de él? Sus facciones perfectas y sus ojos color celeste le hacían parecerse a Paul Newman en ‘El buscavidas’. Tenía carisma, gracia y estilo. Poseía ese tipo de magnetismo propio de las estrellas de cine y de personas triunfadoras. Siempre vestía impecable: Dockers en tonos tierra, camisas de seda y sencillas corbatas perfectamente anudadas. De vez en cuando, completaba su apariencia de rompecorazones elegante con un fino cigarrillo que descansaba en su sonrisa irónica y divertida. Pero lo cierto es que lo mejor de él era que siempre sabía que decir. Nunca se quedaba callado ni titubeaba ni enrojecía. Su suave voz dibujaba palabras con firmeza y decisión. Su poder de convicción era considerable. Su encanto, innato.

George. Un británico absorbido por las calles de Nueva York. Un gentleman de los de antes, un amante de los de ahora. Su cabello color azabache siempre lucía los peinados más cuidados y modernos. Sentía predilección por los jerséis y los mocasines. No podía salir de casa sin perfume y sin su gabardina estilo Sherlock Holmes. Amaba el arte y el cine. Sus modales eran propios de la aristocracia. Era un joven único, distinguido y atrevido a partes iguales.

Dylan. Su habitación estaba plagada de pósters de Tony Hawk. Tenía dos grandes tesoros: su perrita Nancy y su tabla de skate. Le encantaban las sudaderas grises, que hacían juego con sus ojos. No le gustaba el café, pero tampoco el té: prefería un buen vaso de leche con galletas o cereales de maíz. Solía recorrer la ciudad sobre su tabla o en bicicleta, sintiendo los rayos del sol sobre su desgastada gorra. Era reservado, aunque gracioso y divertido cuando tenía que serlo.

PierreEl canadiense más caradura del planeta. Guitarrista en una banda de punk-rock. Ojos azules, cejas espesas y Converse desgastadas. Era capaz de engatusar a cualquiera con sus chistes malos y tocando un par de acordes en su vieja Fender Stratocaster. Se sentía invencible cada vez que veía su película favorita: ‘Regreso al futuro’.

Scott. Siempre había sido un empollón con clase. Su hábitat natural era la biblioteca, aunque también solía pasear con su dálmata Tom, sobre todo en otoño. Tenía la sonrisa más dulce de toda la ciudad y sus ojos almendrados e inocentes también ayudaban. Era el compañero perfecto para pasar una tarde agradable y tranquila. Aunque por su aspecto no lo pareciera, su estilo musical favorito era el heavy metal.

Nombres, nombres sin más sentido ni contexto. Sarah no quería entretenerse demasiado en su paseo diario por sus recuerdos, algunos cercanos y otros no tanto. Con cada uno de esos chicos maravillosos y tenebrosos a partes iguales, había vivido momentos extraordinarios. Todos eran muy diferentes entre sí, pero tenían en común un carácter especial, un poder de atracción implícito, una energía viva y sensual. Sin embargo, la vida se empeñaba en que las cosas no le salieran bien. Con Danny, por ejemplo, todo iba viento en popa: se conocieron en el estreno de una famosa obra de teatro y, desde ese momento, no se separaron. La tensión sexual entre ambos era evidente, pero supieron controlarse como buenos semiadultos de veinte años que eran. Pero Sarah acabó aburrida de los calculados gestos de él, de sus americanas siempre pulcras e impecables, de su dentadura de spot televisivo. Apenas un año más tarde, llegó George. Había abandonado tierra británica para cruzar el océano y matricularse en un caro curso sobre diseño en Nueva York. La primera vez que se vieron estaban en la calle, frente al admirado escaparate de Prada. En cuanto se miraron, supieron que vivirían meses de auténtica pasión e interesantes conversaciones a la luz de las velas u observando el cielo nocturno y misterioso. Sin embargo, Sarah quería probar algo nuevo y lo encontró en los brazos tatuados de Dylan, con el que aprendió a hacer pompas de chicle y a hacer skate -en nivel muy principiante, todo hay que decirlo-. Pero al asistir a un concierto de un grupo de rockeros desconocidos pero con ganas de devorar el escenario -y el mundo-, Sarah cayó en las redes de Pierre, el guitarrista con los hoyuelos más deseados de todo el país. Si no fuera porque casi no podía aguantar el ritmo de «sexo, drogas y rock and roll» que el joven le ofrecía, se habría quedado con él para siempre. Pero lo que ella necesitaba era estabilidad y la encontró en Scott, un simpático estudiante de Ingeniería Aeronáutica que parecía no haber roto un plato en su vida. Pero ni los besos ni las caricias de ninguno de estos muchachos enamorados de las mismas curvas femeninas consiguieron que se centrara y volviera a creer en la magia del destino. Al menos, hasta que llegó él.

Patrick. Tenía una cabellera envidiable, un pelo sedoso y oscuro, casi tan suave como su aterciopelada piel. Sus ojos eran tan verdes que recordaban a los prados irlandeses de los que procedía parte de su familia, aunque él nació y se crió en Chicago y finalmente se fue a vivir a Nueva York para hacer realidad sus sueños. Tenía muchos sueños, pero uno de ellos era encontrar a una mujer delicada pero fuerte, elegante pero sexy, bonachona pero con carácter. Y el rostro ovalado de Sarah apareció como por arte de magia, como por un milagro obrado por el caprichoso destino. Esta vez, Sarah sentía que merecía la pena pasar la noche en una cama ajena si pertenecía a un tipo como Patrick. Con él, se sentía una persona más activa y feliz. No solo podía desnudar sus sentimientos en su presencia, sino que se reía mucho con sus ocurrencias y con la forma en la que se le iluminaban los ojos cada vez que contaba una anécdota.

Sarah. Desde que era una niña, pensó que lo peligroso era muy tentador. Leía historias de vampiros desde los cinco años y su sueño era convertirse en una detective profesional. Aunque no pudo cumplir sus deseos, Sarah había alcanzado otra de sus metas: encontrar su alma gemela. Porque era evidente que Patrick era su alma gemela. Disfrutaba hablando con él y hasta cuando discutían, siempre de forma muy acalorada, tan acalorada como sus ardientes reconciliaciones. Ese ventoso día de octubre, Sarah se repasó los labios con la barra color granate. Dejó que sus ojos marinos atravesaran el cristal del ascensor mientras daba gracias de nuevo porque Patrick, el bueno de Patrick, se hubiera cruzado en su camino. Y ya no solo era porque se sentía muy a gusto a su lado y porque le encantaba que el aroma de su perfume impregnara su ropa, sino porque ya estaba cansada. Estaba cansada de los otros chicos, de los otros nombres. Estaba cansada de sus manías y de sus risas, siempre algo escandalosas. Pero, sobre todo, estaba cansada de mancharse las manos de sangre. Y es que, hasta una buena y bonita señorita americana como ella, sabía cuándo y cómo tenía que deshacerse de lo que ya no le convenía. Sin dudas, sin vacilación. Sin miedo, sin temor. Con valentía, con decisión. Con destreza en armas blancas y con poco corazón.

¿Por qué nos gusta tanto «The Walking Dead»?

Primero fueron los cómics y después llegó el salto a la televisión. The Walking Dead se convirtió en una de las series más vistas de Estados Unidos y su éxito se extendió por todo el mundo. Con el clásico argumento de una Apocalipsis zombie, la serie creada por Frank Darabont (guionista de Pesadilla en Elm Street 3ha conseguido erigir todo un imperio de fans. ¿Cómo ha conseguido ganar tantos adeptos tan rápidamente? ¿Qué es lo que ha enganchado y unido a millones de familias del mundo? En definitiva, ¿cuáles son los puntos fuertes de la serie de terror más famosa del momento?

Zombie
Fotografía de Tobias M. Ecrich.

1. ZOMBIES
Es el condimento más importante de la serie. Los zombies son unos seres espeluznantes pero a la vez atrayentes, ya sea por esas miradas vacías o por su característica forma de caminar. Si al magnetismo de estas criaturas le añadimos que estamos en un momento en el que el género Z está muy de moda, no parece difícil saber porque The Walking Dead ha encandilado a millones de telespectadores. Y, aunque la fiebre por el fin del mundo de 2012 predicho por los mayas haya llegado a su fin, la idea de sobrevivir a una Apocalipsis dota de más morbo al asunto. Y, ojo, un fin del mundo con caminantes incluidos.

2. GORE
Normalmente, la presencia de zombies en una serie o en un film va acompañada de escenas sanguinarias y atroces. The Walking Dead es toda una delicia para los amantes del gore, sobre todo en algunos capítulos en los que las escenas de caminantes despedazando a alguien son realmente aterradoras. Esta contemplación del sufrimiento ajeno es el mayor atractivo para aquellos que creen que lo han visto todo y buscan las imágenes de mayor impacto.

3. TENSIÓN
Si hay algo que todo seriéfilo ama es el no querer despegarse del sofá ni para visitar la nevera. Algo que TWD consigue es generar verdadera tensión en cada capítulo. Los personajes no saben dónde ni cuando pueden sorprenderlos una legión de zombies hambrientos, lo que les mantiene en alerta tanto a ellos como al espectador. De hecho, la exitosa serie juega con esta baza muy a menudo, pues prácticamente todos sus capítulos finalizan con una situación tensa y complicada (por ejemplo, un personaje desarmado rodeado de zombies y sin aparente escapatoria).

4. FACTOR SORPRESA
Los imprevistos y los sorprendentes giros de la historia son otros atributos muy interesantes para captar la atención de la audiencia. TWD es una serie bastante impredecible y lo demuestra en cada capítulo. Después de unos cuantos episodios tranquilos, puede ocurrir que mueran personajes importantes, que se descubra que uno de los protagonistas es malvado o que se incorporen a la serie excéntricos y misteriosos personajes.

5. VARIOS PERFILES
Algo esencial es la existencia de una relación íntima entre la audiencia y la serie o, lo que es lo mismo, que el telespectador se sienta identificado. Como es difícil que los espectadores se identifiquen con la historia en sí (normalmente, los zombies no suelen apoderarse del planeta), la serie juega mucho con sus personajes. En TWD los personajes aparecen y desaparecen con inmensa rapidez, pero abarcan diversos perfiles físicos y psicológicos. Esto hace que la serie atraiga a personas muy distintas, pues cada una es afín a un determinado personaje (el líder, el guapo, la madre coraje, la seductora, el racista, el negro, los niños, el tipo con suerte…).

6. PERTENENCIA
Es una razón bastante parecida al anterior punto: aunque el grupo va mutando de componentes, siempre es un núcleo unido que escapa de zombies y lucha por protegerse y por su supervivencia. Esto hace que el espectador adquiera un sentimiento de pertenencia al grupo, sufriendo con sus desdichas y celebrando sus triunfos.

7. AMOR Y SEXO
La violencia atrae y, si le añades sexo, la mezcla es explosiva (que se lo digan a los productores de Spartacus). En TWD se pueden encontrar desde triángulos amorosos hasta romances silenciosos, amor maternal y relaciones puramente sexuales.

8. MÚSICA
La BSO de The Walking Dead es inquietante y sabe reflejar la tensión y acción de la serie. Cada capítulo finaliza con esta pegadiza y escalofriante melodía, lo que deja al espectador con ganas de más. La música es un elemento fundamente para generar tensión y terror, además de un símbolo identificatorio muy potente (SAW, El Exorcista…).

Estas (y seguramente más) son las razones de que The Walking Dead consiga que sus fans sientan que merece la pena esperar a que empiece una nueva temporada. Y es que son tantos sus seguidores que podrían hacer frente a todo un batallón de caminantes. Escalofriante…

El precio justo

Desde el primer día que la vi, supe que tendría que pagar un alto precio por estar a su lado. Recuerdo con sorprendente claridad el suave contoneo de sus caderas al caminar. Puedo evocar en apenas unos segundos el tono perlado de su piel, así como la profundidad de esos ojos grises coronados por espesas pestañas oscuras. Cada vez que balanceaba su sedosa melena color caramelo, un dulce pero intenso aroma se apoderaba de mí y me volvía loco. Más, mucho más…

Jamás me dirigió la mirada. De hecho, no solía hacer mucho caso a nadie. Solía sentarse en la puerta del instituto y dejar perderse a su mirada en el cielo encapotado. Era preciosa, cualquiera se daba cuenta de ello, pero también solitaria y excéntrica. Aun así, a pesar de su carácter distante y de su seriedad, no dejé de pensar en ella ni un solo día. Cuando me despertaba cada mañana, estaba deseando llegar al instituto para cruzarme con ella en los pasillos y poder apreciar algo más cerca sus tensos y carnosos labios. Su rostro era de una belleza tan apolínea que hacía daño. De hecho, parecía una belleza sobrehumana. Ella poseía algo que le hacía diferente a todas las demás, no sé si era su expresión, su sencillez o su poder. Solo sabía que no podría aguantar mucho más sin rozar sus manos…

Por fin, llegó el día. No recuerdo si llovía o simplemente el cielo se había teñido de gris, solo sé que, por primera vez, ella me miró. Fue una mirada breve, fugaz, pero muy intensa. Jamás había visto unas pupilas tan decididas como las suyas, unas cejas arqueadas en semejante gesto desafiante, unos ojos que desprendieran tanto poder y… tanto deseo. No sé como se pudo fijar en mí, un chico delgaducho de 1 metro 80 y tímidos ojos azules verdosos. Pero ocurrió. Ella se detuvo, clavó sus ojos en mí y, por primera vez, sonrió. Fue una sonrisa dura y controladora, pero mis pulsaciones se aceleraron al ver esa hilera de dientes perfectos e inmaculados.

No hicieron falta palabras. Simplemente, la seguí. Ella se abría paso con firmeza a través de los pasillos del instituto y yo seguía su estela. No podía pensar, ni siquiera respirar; solo podía suspirar al ver cómo se balanceaban los bucles de su melena y cómo esos vaqueros desgastados se ceñían a sus tersas nalgas. En menos de 5 minutos empezaría mi clase de Matemáticas, pero yo continúe tras ella hasta la calle. Sí, abandonamos el edificio, algo que jamás había hecho en mis seis años de instituto. Increíblemente, no tenía miedo. No temía encontrarme a mi madre o a algún vecino porque estábamos atravesando la zona más deshabitada y oscura del barrio. Tampoco tenía miedo de lo que me iba a suceder a continuación, pues solo podía pensar en el aleteo de sus suaves párpados.

Llegamos a un viejo local abandonado que bastantes inviernos atrás había estado ocupado por un videoclub. La puerta estaba entreabierta. Cuando la cruzamos, se cerró lentamente, a ritmo del chirriar de sus visagras. La estancia estaba oscura, pero ella sacó un mechero de color rojo y comenzó a encender velas. Yo no me había percatado todavía, pero la habitación estaba plagada de velas colocadas en el polvoriento suelo. En ese momento me sentía un poco tonto, pues estaba quieto como un pasmarote mientras ella se agachaba y las encendía una a una. Después, sin ni siquiera mirarme, sacó de su bandolera una gruesa manta de color esmeralda. Con un elegante movimiento, la extendió en el centro del habitáculo, resultando una cama improvisada rodeada por más de una docena de gruesas velas amarillentas. Levantó la cabeza lentamente y asintió. Ella sabía que yo sabía lo que iba a suceder. Y también sabía que había accedido a ello. Lo supo desde el primer día en que la miré. Y lo sabría siempre. Se desprendió con facilidad de sus impecables Converse blancas y se dispuso sobre la manta con las piernas cruzadas, como hacían los indios del viejo Oeste. Noté cómo me temblaban las manos y el rubor de mis mejillas, pero una oportunidad así solo se me presentaría una vez en la vida. Y nunca mejor dicho. Por eso, tragué saliva y di un paso al frente. Después otro. Y en apenas medio minuto, me encontraba sobre la manta, sentado junto a ella más cerca de lo que nunca había podido soñar…

Ella llevó las riendas. Fue ella quién guió mis inexpertas caricias sobre su cuerpo. Fue ella la que consiguió que memorizara todas sus curvas, todas sus texturas. Fue ella la que aprisionó mis labios entre los suyos, duros y fríos. Fue ella la que enredó mis dedos entre sus cabellos y la que me dejó saborear el dulce sabor de su piel. Poco a poco, fui atreviéndome a más. Notaba que a cada beso, a cada caricia, a cada mirada, ella me pertenecía un poco más. ¡Vaya necio! Era justamente al revés… Pero yo me sentía poderoso, deseado y afortunado. No podía dejar escapar ese momento, no podía dejarla escapar de mis brazos. Me abandoné en ella, una y otra vez, y ella me hacía sentir cada vez mejor. Consiguió que llegara a creer que me amaba tanto como yo a ella. Aquello era mejor que mis sueños, protagonizados siempre por esos felinos ojos grises. Y entonces, llegó el momento que ella más ansiaba. Llegó el momento de pagar el precio.

Fue más rápido de lo que pensé. Ella me miró con compasión, casi con ternura. Acto seguido, sus pupilas se dilataron. Yo quedé maravillado. Se acercó a mí, y permaneció unos segundos escuchando nuestras respiraciones acompasadas. Rozó mis labios con sus dedos y, después, los besó dulcemente. Sus labios fueron perfumando los míos, al igual que mis mejillas. Luego, llegaron a mi cuello. Esta vez, fue su lengua la que exploró todos sus recovecos. Yo cerré los ojos y suspiré. Ella cogió mi mano y me acarició con sus largas y cuidadas uñas. Y entonces, lo hizo. Sus colmillos perforaron mi piel y se tiñeron de color bermejo. Succionó, sin prisa pero sin pausa. Y, mientras tanto, sujetaba mi mano con cariño pero con firmeza. No me resistí ni una sola vez. Era mi destino, y ambos lo sabíamos. Era el precio que tenía que pagar por la lujuria, por enamorarme de un ser como aquel.

Y, mientras mi voz se apagaba y mi vista se nublaba, mientras mi corazón se congelaba y mi cuerpo desfallecía, sonreí. Sonreí y recordé la primera vez que sus ojos se clavaron en mí. Sonreí porque había tenido su cintura entre mis manos, porque había descansado sobre sus pechos, porque había dedicado unos instantes de su eterna vida en alguien como yo. Y eso ya me hacía más especial que cualquiera.